sábado, 1 de marzo de 2008

Flaca insolente





















Como a todos, la vida le dio y le quitó. Tal vez le quitó más que al promedio. Pero Esmeralda era una flaca insolente que no pedía permiso ni tregua, hizo lo que cada momento le dictó.
En casi todas las fotos es el centro de las miradas porque, fuera cual fuese la situación, nunca estaba mirando a la cámara. Siempre estaba atenta a algo fuera de cuadro o diciéndole algo a alguien a un costado. Rodeada de compañeras con moños y trabajosos peinados que sonreían para la posteridad, ella estaba siempre con su pelo corto y una actitud de flaca insolente.

Cuando se casó con el Chiche, ambos traían una historia de familias incompletas o destruidas y con el tiempo cada uno fue todo para el otro. Él, mozo de bar (¡¡y actor de teatro en San Carlos!!), se hizo instalador sanitario y trabajaba para construir la familia y la casa que él mismo dibujó.

Le traía flores, le escribía versos, leía y le recomendaba lecturas, trabajaba y actuaba en política. Salían a pasear y los hijos jugaban a que ellos también salían. Se vestían de domingo y comían pizza con refrescos.



Ella, trabajando en aquella Universidad pionera de los 50 y 60, fue una de las primeras personas en usar una computadora en Uruguay: hizo su primer curso en 1952, y años después fue quien recibió la primera IBM 360.




.

.

.

.

.

.

.

.

.

Tenía 27 años cuando nació Beatriz, 29 cuando Ariel. Tenía 41 y estaba embarazada de Pico cuando el Chiche murió. Como acostumbraba hacerlo, esa mañana él le escribió un billetito que, esa vez, hablaba sobre la vida y la muerte. Ella guardó una copia hasta ahora.
Ella dijo: “Chiche se fue de viaje”. Y siguió viviendo, y como pudo terminó la casa que habían imaginado con él.

.

.

.
Durante la dictadura, alguien sopló que allí enterraban cosas. Era cierto: Carrasco era un arenal, así que enterraban basura para fertilizar el terreno. Y ella, flaca insolente, con cara de no entender mientras los tipos armados allanaban la casa y recorrían el predio clavando bayonetas en busca de algo subversivo. Nunca encontraron nada.
Recién cuando se mudó de esa casa supo el peligro inminente en que estuvieron todos esos años, porque aparecieron entonces, prolijamente guardados, los planos completos de la embajada de los Estados Unidos. ¡Qué fiesta se hubiera dado el oficial a cargo del allanamiento! ¿Y quién le hubiera podido explicar entonces que esos planos estaban allí porque el Chiche había hecho la instalación sanitaria del edificio?


Nunca encontraron de qué incriminarla pero de todos modos, cuando tuvo que gestionar el Certificado de Fe Democrática, “le tocó” la categoría C: destitución inmediata (por el delito de pensamiento, exclusivamente).
Como Esmeralda era demasiado buena en su trabajo, su jerarca la llamó para comunicarle que él se iba a quedar con ese papelito y no le iba a dar trámite. Así lo hizo, y la flaca insolente siguió trabajando hasta que en 1982 pudo jubilarse. La dictadura ya se caía pero todavía golpeaba, así que no podía jugarse a la suerte que pudiera correr el “garante”.


.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.

“Vengo de parte de”, mintió una vez, y así consiguió entrar al complejo habitacional al que nos mudábamos con Beatriz. Era el Banco Hipotecario de la dictadura, donde los derechos se conseguían invocando algún Nombre adecuado. Eran tan eficientes que no lo dejaban por escrito, pero tan ineficientes que ni siquiera confirmaban la veracidad de la invocación. A nosotros nos adjudicaron un décimo piso, los únicos que quedaban porque se suponía que se llovían. ¡Y a ella le dieron a elegir! Y su mudó frente a nosotros.


La casa quedó atrás. “Son sólo ladrillos”, fue su único comentario.

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Años, enfermedad, casa de salud… Hace un mes, internación urgente. “En esta situación, ninguna persona se salva”, dijeron los médicos. “Puede morir en cualquier momento”. Pero no. La flaca insolente se recuperó, salió del CTI, pasó a cuidados intermedios, a sala común, volvió a la casa, y allí la recuperación seguía sorprendiendo cada día. Entonces sí, se murió.


Hoy la dejamos en el crematorio y es seguro que ya anda metiéndose donde no se debe, franqueando vaya a saber qué mostradores de esos con un cartel “Prohibido pasar” y preguntando por el Chiche. Tal vez no. Lo más probable es que él, siempre un caballero, la estuviera esperando este viernes a las 15.30 con un ramo de flores, junto a esa casa que no era la que imaginaron.




















.
.
.
.
.
.