Greenpeace, 35 años de polémica
Un fin superior al cual dedicar la vida, un negocio, una conspiración, un grupo de irresponsables que afirman disparates sobre temas que ignoran, “izquierda cholula”, “eco-fascistas”... La prédica de los autoproclamados “Guerreros del Arcoiris” genera entusiastas adhesiones, furibundos rechazos, despectivas descalificaciones.
Un fin superior al cual dedicar la vida, un negocio, una conspiración, un grupo de irresponsables que afirman disparates sobre temas que ignoran, “izquierda cholula”, “eco-fascistas”... La prédica de los autoproclamados “Guerreros del Arcoiris” genera entusiastas adhesiones, furibundos rechazos, despectivas descalificaciones.
Rumbosur, 18/5/2006.
“A principio de los 70, cuando ayudé a fundar Greenpeace, creía que la energía nuclear era sinónimo de holocausto nuclear, tal y como creían la mayoría de mis compatriotas”, recordó el mes pasado Patrick Moore, uno de los fundadores de la más notoria organización ambientalista.
“Esa fue la convicción que inspiró la primera travesía de Greenpeace hacia la espectacular costa rocosa del noroeste para protestar por las pruebas de las bombas estadounidenses de hidrógeno en las islas Aleutian de Alaska”.
“Treinta años después [agrega en una nota para The Washington Post], mis puntos de vista han cambiado, y el resto del movimiento ecologista necesita actualizar sus presuposiciones también, ya que la energía nuclear debería ser exactamente el recurso energético que puede salvar nuestro planeta de otro posible desastre: el catastrófico cambio climático”.
Moore abandonó Greenpeace hace veinte años, y sigue desarrollando su labor ambientalista como ecólogo e ingeniero forestal a través de otra organización, Greenspirit. Su oposición a los postulados de Greenpeace han llevado a que ésta le acuse de “eco-traidor” o “mercenario”, próximo a lo que ha dado en llamarse ecologismo escéptico (y optimista), en referencia al título del libro escrito por el danés Bjørn Lomborg, o a la de los pro-nucleares de origen verde, cuya figura más emblemática es el científico británico James Lovelock, autor de la teoría Gaia según la cual la tierra y la vida interactúan adaptándose mutuamente a los cambios. Lovelock opina que los efectos del calentamiento global son ya tan serios que es necesario reducir drásticamente la emisión de dióxido de carbono, que no hay tiempo para desarrollar energías alternativas como la solar y la eólica, y por ello aboga por la nuclear.
Lomborg a su vez es acusado por Greenpeace de presentarse como ex socio de la organización: “Él sabrá porqué tiene que inventarse un pasado que no tiene. Los datos que presenta no aportan nada que no hayan dicho otros destacados enemigos de la defensa ambiental, siendo la única novedad su falsa antigua militancia en Greenpeace”, dijo al diario español La Vanguardia el director de la organización en España. De paso, agregó que el libro El ecologista escéptico fue denunciado en su país natal, Dinamarca, como “falto de ética científica” por el Comité Público encargado de garantizar el rigor de las publicaciones.
Tanto Lomborg como Lovelocke están enfrentados con Greenpeace, y al mismo tiempo discrepan entre sí: el primero cree que las predicciones de calentamiento global son patrañas terroristas, y el segundo entiende que a plazo demasiado corto el derretimiento del hielo de Groenlandia elevará el nivel del mar en siete metros, sumergiendo por ejemplo partes de Florida, Nueva York, Londres, Tokyo, Calcuta o Venecia, y provocará la desaparición de la selva del Amazonas por un aumento de 4 grados centígrados de temperatura.
Aquellas explosiones
Greenpeace nació con otro nombre, “Comité No Hagan Olas”, ya que surgió como protesta contra las explosiones atómicas submarinas realizadas en 1969 por Estados Unidos en Amchitka, una isla situada en las proximidades de Alaska. Como ese nombre no generaba muchos adeptos, buscaron uno que englobara las dos preocupaciones del grupo, el pacifismo y el ecologismo, y así surgió el actual.
La actividad de 12 militantes a bordo de un viejo barco de madera, que en 1971 lograron postergar una prueba nuclear en Alaska, se transformó en una organización mundial con oficinas y millones de afiliados en 39 países. Patrick Moore, Robert Hunter, Bob Cummings, Ben Metcalfe (también desvinculado de la organización), Dave Birmingham, Richard Fineberg, Lyle Thurston, Jim Bohlen, Terry Simmons, Bill Danell y John Cormack fueron los pioneros de las acciones a menudo teatrales y arriesgadas, irresistibles para los medios de comunicación, que son el sello de Greenpeace.
Pero fue otra acción antinuclear la que llevó a Greenpeace a los titulares de todo el mundo. En 1985, el Rainbow Warrior, anclado en el muelle de Auckland, Nueva Zelanda, durante una campaña para detener los ensayos en el Atolón de Muroroa, fue objeto de un atentado terrorista por agentes secretos franceses que dinamitaron el barco. El fotógrafo portugués Fernando Pereira, que dormía a bordo, murió en la explosión.
“El incidente, hábilmente explotado por Greenpeace y ampliamente publicitado en todo el mundo, confirió inmediato status de mártires a la organización. Como resultado de la rápida explotación publicitaria del incidente, los ingresos de Greenpeace se triplicaron hasta alcanzar la suma de 25 millones de dólares, entre 1985 y 1987”, dice una publicación argentina furiosamente contraria a la organización. La Federación Argentina de Ecología Científica (cuyos antecedentes académicos han sido puestos en duda) no es el único grupo que cuestiona a la organización, y lo hace además con un anacrónico aire de Guerra Fría.
Amores y odios
Así como Patrick Moore declaró que Greenpeace está “dominado por izquierdistas y extremistas que desatienden la ciencia”, desde otros lugares se la ha acusado de “vender terrorismo ecológico”.
El periodista brasileño Vilmar Berna, que en 1999 ganó el premio Global 500 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, afirmó que el afán de impresionar a los medios de comunicación hace que en ocasiones Greenpeace relegue el trabajo científico. “La divulgación a veces no espera una maduración, la comprobación científica con profundidad”, y entonces, las empresas pueden “cuestionar las denuncias, tergiversar y contraatacar a los ambientalistas”, dijo.
Desde el otro lado, la organización fue denunciada un par de años atrás por la Fiscalía General de Estados Unidos, a raíz de una protesta llevada a cabo en abril de 2002, cuando sus activistas abordaron un barco que transportaba madera de caoba ilegalmente talada en la Amazonía brasileña. Subieron al buque mercante que se dirigía a Miami y desplegaron una pancarta con la leyenda “Presidente Bush, detenga la tala ilegal”. En aquel momento fueron condenados a pagar una multa y pasaron un fin de semana en prisión, pero en julio de 2003 el Departamento de Justicia, dirigido por John Ashcroft, decidió procesar a toda la organización en su conjunto, “en lugar de investigar y denunciar a los importadores estadounidenses de madera ilegal”, según señaló la organización.
Pero, para reabrir el caso y para regocijo de Greenpeace, la Fiscalía debió recurrir a una ley de 1872 contra el llamado “sailormongering”, una práctica por la cual las prostitutas de los puertos subían a los barcos o incitaban a los marineros desde tierra a acudir a las tabernas. Esa ley, invocada sólo dos veces en 130 años (la última de ellas hace cien años), sería utilizada “para declarar a Greenpeace organización criminal, mientras los madereros, transportistas y comerciantes de caoba siguen impunes”, y mientras “la madera ilegalmente talada sigue llegando a EE UU y Europa, y los criminales siguen trabajando en el corazón de la Amazonía”.
En Uruguay –aunque sin aludir específicamente a Greenpeace—, varios líderes del Movimiento de Participación Popular, como el senador Eleuterio Fernández Huidobro y el dirigente tupamaro José Marenales, también atacaron a los ecologistas para defender los emprendimientos forestales. “Será muy difícil pensar que algún día dejen de plantarse bosques en Uruguay, por más que así lo pretenda la izquierda cholula, amante de los pajaritos y de las ballenas blancas, hija de la bobeta, apartada de la realidad pero debidamente muy bien financiada por las ONG de cada uno de los bloques y la cholulez planetaria”, dijo Fernández Huidobro en diciembre en el Senado.
Y Marenales agregó en una entrevista con el semanario Question Latinoamérica: “Yo le digo a quienes están trabajando este tema, principalmente a los ecologistas: ustedes van al baño y usan papel, a no ser que se limpien con pasto. O sea que si siguen necesitando papel para el baño, en algún lugar hay que fabricarlo”.
De otra naturaleza son los cuestionamientos a sus propuestas alternativas. Por ejemplo, en materia de energías renovables, se observa que el reclamo de obtener 164 GW eólicos en España significaría instalar más de 70.000 generadores de 2,3 MW cada uno. “Eso son, sólo en hormigón y considerando que apenas se gasten 4.000 toneladas de hormigón por generador en plataforma marina –porque el fondo sólo está a 10 metros de profundidad— unos 280 millones de toneladas de hormigón, seis veces el consumo anual de cemento en España, casi dos veces la producción de fibra de vidrio mundial y más de un 50% del consumo anual español de acero”.
Obviamente, ninguno de los críticos dejó de festejar el 1º de abril del año pasado, cuando Greenpeace fue multada por dañar el arrecife que pretendía defender. Su barco insignia, el Rainbow Warrior II, encalló en el arrecife en el Parque Nacional Marino de Tubbataha, situado en el mar de Joló, a 680 kilómetros al sur de Manila, y dañó aproximadamente 100 metros cuadrados del arrecife. “Este accidente se pudo haber evitado si la carta marina fuera precisa”, dijo Red Constantino, representante de Greenpeace en el sudeste de Asia.
Las finanzas
Un aviso publicado el 8 de abril pasado en Infojobs.net ofrece un cargo como “Responsable de captación online de fondos” y describe: “Departamento: Marketing”. “Sede central: Madrid. Descripción / Filosofía de la Empresa: Somos una organización ecologista internacional, económica y políticamente independiente, que no acepta donaciones ni presiones de gobiernos, partidos políticos o empresas. Nuestro objetivo es proteger y defender el medio ambiente, interviniendo en diferentes puntos del Planeta donde se cometen atentados contra la Naturaleza. Greenpeace lleva a cabo campañas para detener el cambio climático, proteger la biodiversidad, acabar con el uso de la energía nuclear y de las armas y fomentar la paz. En la actualidad Greenpeace cuenta con cerca de tres millones de asociados en todo el mundo. Con ellos la organización intenta hacer frente a la creciente degradación medio ambiental del Planeta”.
Explica luego que “La persona contratada se responsabilizará de planificar, dirigir y supervisar las acciones de captación y generación de ingresos que utilizan canales online. Asimismo asumirá la responsabilidad dentro del Grupo de Fidelización del socio/a, de las acciones que utilicen los canales online. Se encargará también de proponer, controlar y dirigir acciones de Marketing vinculadas con el desarrollo de la notoriedad e imagen institucional de Greenpeace, y de desarrollar el canal móvil como una nueva vía de captación de socios y generación de ingresos para la organización”.
Al describir sus funciones, especifica entre otras: “Dirigir y supervisar el trabajo de colaboradores/as externos/as que intervienen en la ejecución de las acciones (agencias de marketing online y digital, programadores web, servicios de emailing, operadores móviles...) [...] Controlar todas las actividades relacionadas con el desarrollo y promoción de la imagen de GP mediante: publicidad convencional, product placement, patrocinios, colaboraciones especiales”.
El grupo ambientalista afirma que financia sus actividades con la contribución de donantes (que en los últimos 20 años han caído de cinco a tres millones). Entre ellos, afirma, no admite a gobiernos, empresas privadas ni iglesias. También esa afirmación ha sido cuestionada.
¿Las empresas?
Por ejemplo, el diario El Tribuno de Salta informaba en agosto de 2004 que el Proyecto Yaguareté fue un fraude académico que logró engañar a 720 personas y obtuvo un subsidio de 100 mil dólares de la petrolera Pan American Energy para la defensa de ese animal, en una campaña contra la construcción del Gasoducto Norandino, en 1999.
Según vino a ventilarse en el juicio laboral presentada por un baqueano contratado por Greenpeace, el dinero reunido por la organización entre contribuyentes –a través de tarjetas de crédito, donaciones telefónicas o de otro tipo— se destinó comprar una camioneta, un teléfono satelital, cuatro jaulas-trampa y cuatro collares con sistema de detección satelital para colocarlos a otros tantos felinos. Se contrató además a la empresa francesa Argos para que hiciera el seguimiento satelital de los collares que se colocarían en los felinos. En diciembre de 2001, Greenpeace anunció que, luego de casi dos años de fracasos, había atrapado a una hembra de yaguareté de 90 kilos en las cercanías de la localidad de Orán, e invitaron a bautizar al felino a las 720 personas que habían colaborado con el proyecto.
Desde entonces –aseguraron— un biólogo pasó a monitorear periódicamente su desplazamiento y meses más tarde la petrolera comenzó a financiar la investigación. En 2002, un equipo canadiense de Discovery Channel que se trasladó a la selva de Orán difundió un documental en el que aparecían el responsable de Greenpeace en la zona y el biólogo, explicando el Proyecto Yaguareté y mostrando un ejemplar... que en realidad había sido filmado en Mendoza.
Pero en 2004 el baqueano denunció que el biólogo y el representante de Greenpeace le habían ofrecido mil pesos mensuales para que paseara el collar satelital a caballo, ya que nunca habían podido capturar a un tigre, y nunca le pagaron los 8.000 pesos acumulados en esas cabalgatas. Informó también que antes, durante unos siete meses, el collar había sido colocado en un ternero criollo de propiedad de un vecino. De ese modo, el satélite había recibido durante un año y medio las señales atribuidas a un yaguareté y emitidas en realidad por el ternero primero y al caballo después.
El gasoducto se construyó, pero muchos simpatizantes de la organización se habían sumado a la campaña usando máscaras de yaguaretés en distintas movilizaciones en Buenos Aires.
Entre otros científicos que cargaron contra Greenpeace en ese episodio, el profesor de Manejo de Fauna y de Impacto ambiental, José Luis Garrido, dijo al diario de Salta: “Si el respaldo económico viene de una organización comercial que se dedica a explotar los conflictos, ya no se puede creer en la independencia de la investigación. Greenpeace hace terrorismo para asustar a la gente, y ésa es su única metodología. Este tipo de farsas la hace este tipo de gente. Yo le creo al puestero y no a Greenpeace y a sus aliados. Y me alegro que se destape la olla”.
De todos modos, varios de sus críticos reconocen que las denuncias de la organización pusieron sobre el tapete en las últimas tres décadas múltiples problemas ambientales y dieron origen a reformas legislativas, medidas gubernamentales y tratados internacionales.
También es cierto que, sin perjuicio de ello, las denuncias de Greenpeace en el conflicto por las plantas de celulosa y los ejemplos que ha manejado sobre los supuestos daños que ocasionaría han sido descalificadas por científicos de todo el mundo, en primer lugar de Argentina.
“Esa fue la convicción que inspiró la primera travesía de Greenpeace hacia la espectacular costa rocosa del noroeste para protestar por las pruebas de las bombas estadounidenses de hidrógeno en las islas Aleutian de Alaska”.
“Treinta años después [agrega en una nota para The Washington Post], mis puntos de vista han cambiado, y el resto del movimiento ecologista necesita actualizar sus presuposiciones también, ya que la energía nuclear debería ser exactamente el recurso energético que puede salvar nuestro planeta de otro posible desastre: el catastrófico cambio climático”.
Moore abandonó Greenpeace hace veinte años, y sigue desarrollando su labor ambientalista como ecólogo e ingeniero forestal a través de otra organización, Greenspirit. Su oposición a los postulados de Greenpeace han llevado a que ésta le acuse de “eco-traidor” o “mercenario”, próximo a lo que ha dado en llamarse ecologismo escéptico (y optimista), en referencia al título del libro escrito por el danés Bjørn Lomborg, o a la de los pro-nucleares de origen verde, cuya figura más emblemática es el científico británico James Lovelock, autor de la teoría Gaia según la cual la tierra y la vida interactúan adaptándose mutuamente a los cambios. Lovelock opina que los efectos del calentamiento global son ya tan serios que es necesario reducir drásticamente la emisión de dióxido de carbono, que no hay tiempo para desarrollar energías alternativas como la solar y la eólica, y por ello aboga por la nuclear.
Lomborg a su vez es acusado por Greenpeace de presentarse como ex socio de la organización: “Él sabrá porqué tiene que inventarse un pasado que no tiene. Los datos que presenta no aportan nada que no hayan dicho otros destacados enemigos de la defensa ambiental, siendo la única novedad su falsa antigua militancia en Greenpeace”, dijo al diario español La Vanguardia el director de la organización en España. De paso, agregó que el libro El ecologista escéptico fue denunciado en su país natal, Dinamarca, como “falto de ética científica” por el Comité Público encargado de garantizar el rigor de las publicaciones.
Tanto Lomborg como Lovelocke están enfrentados con Greenpeace, y al mismo tiempo discrepan entre sí: el primero cree que las predicciones de calentamiento global son patrañas terroristas, y el segundo entiende que a plazo demasiado corto el derretimiento del hielo de Groenlandia elevará el nivel del mar en siete metros, sumergiendo por ejemplo partes de Florida, Nueva York, Londres, Tokyo, Calcuta o Venecia, y provocará la desaparición de la selva del Amazonas por un aumento de 4 grados centígrados de temperatura.
Aquellas explosiones
Greenpeace nació con otro nombre, “Comité No Hagan Olas”, ya que surgió como protesta contra las explosiones atómicas submarinas realizadas en 1969 por Estados Unidos en Amchitka, una isla situada en las proximidades de Alaska. Como ese nombre no generaba muchos adeptos, buscaron uno que englobara las dos preocupaciones del grupo, el pacifismo y el ecologismo, y así surgió el actual.
La actividad de 12 militantes a bordo de un viejo barco de madera, que en 1971 lograron postergar una prueba nuclear en Alaska, se transformó en una organización mundial con oficinas y millones de afiliados en 39 países. Patrick Moore, Robert Hunter, Bob Cummings, Ben Metcalfe (también desvinculado de la organización), Dave Birmingham, Richard Fineberg, Lyle Thurston, Jim Bohlen, Terry Simmons, Bill Danell y John Cormack fueron los pioneros de las acciones a menudo teatrales y arriesgadas, irresistibles para los medios de comunicación, que son el sello de Greenpeace.
Pero fue otra acción antinuclear la que llevó a Greenpeace a los titulares de todo el mundo. En 1985, el Rainbow Warrior, anclado en el muelle de Auckland, Nueva Zelanda, durante una campaña para detener los ensayos en el Atolón de Muroroa, fue objeto de un atentado terrorista por agentes secretos franceses que dinamitaron el barco. El fotógrafo portugués Fernando Pereira, que dormía a bordo, murió en la explosión.
“El incidente, hábilmente explotado por Greenpeace y ampliamente publicitado en todo el mundo, confirió inmediato status de mártires a la organización. Como resultado de la rápida explotación publicitaria del incidente, los ingresos de Greenpeace se triplicaron hasta alcanzar la suma de 25 millones de dólares, entre 1985 y 1987”, dice una publicación argentina furiosamente contraria a la organización. La Federación Argentina de Ecología Científica (cuyos antecedentes académicos han sido puestos en duda) no es el único grupo que cuestiona a la organización, y lo hace además con un anacrónico aire de Guerra Fría.
Amores y odios
Así como Patrick Moore declaró que Greenpeace está “dominado por izquierdistas y extremistas que desatienden la ciencia”, desde otros lugares se la ha acusado de “vender terrorismo ecológico”.
El periodista brasileño Vilmar Berna, que en 1999 ganó el premio Global 500 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, afirmó que el afán de impresionar a los medios de comunicación hace que en ocasiones Greenpeace relegue el trabajo científico. “La divulgación a veces no espera una maduración, la comprobación científica con profundidad”, y entonces, las empresas pueden “cuestionar las denuncias, tergiversar y contraatacar a los ambientalistas”, dijo.
Desde el otro lado, la organización fue denunciada un par de años atrás por la Fiscalía General de Estados Unidos, a raíz de una protesta llevada a cabo en abril de 2002, cuando sus activistas abordaron un barco que transportaba madera de caoba ilegalmente talada en la Amazonía brasileña. Subieron al buque mercante que se dirigía a Miami y desplegaron una pancarta con la leyenda “Presidente Bush, detenga la tala ilegal”. En aquel momento fueron condenados a pagar una multa y pasaron un fin de semana en prisión, pero en julio de 2003 el Departamento de Justicia, dirigido por John Ashcroft, decidió procesar a toda la organización en su conjunto, “en lugar de investigar y denunciar a los importadores estadounidenses de madera ilegal”, según señaló la organización.
Pero, para reabrir el caso y para regocijo de Greenpeace, la Fiscalía debió recurrir a una ley de 1872 contra el llamado “sailormongering”, una práctica por la cual las prostitutas de los puertos subían a los barcos o incitaban a los marineros desde tierra a acudir a las tabernas. Esa ley, invocada sólo dos veces en 130 años (la última de ellas hace cien años), sería utilizada “para declarar a Greenpeace organización criminal, mientras los madereros, transportistas y comerciantes de caoba siguen impunes”, y mientras “la madera ilegalmente talada sigue llegando a EE UU y Europa, y los criminales siguen trabajando en el corazón de la Amazonía”.
En Uruguay –aunque sin aludir específicamente a Greenpeace—, varios líderes del Movimiento de Participación Popular, como el senador Eleuterio Fernández Huidobro y el dirigente tupamaro José Marenales, también atacaron a los ecologistas para defender los emprendimientos forestales. “Será muy difícil pensar que algún día dejen de plantarse bosques en Uruguay, por más que así lo pretenda la izquierda cholula, amante de los pajaritos y de las ballenas blancas, hija de la bobeta, apartada de la realidad pero debidamente muy bien financiada por las ONG de cada uno de los bloques y la cholulez planetaria”, dijo Fernández Huidobro en diciembre en el Senado.
Y Marenales agregó en una entrevista con el semanario Question Latinoamérica: “Yo le digo a quienes están trabajando este tema, principalmente a los ecologistas: ustedes van al baño y usan papel, a no ser que se limpien con pasto. O sea que si siguen necesitando papel para el baño, en algún lugar hay que fabricarlo”.
De otra naturaleza son los cuestionamientos a sus propuestas alternativas. Por ejemplo, en materia de energías renovables, se observa que el reclamo de obtener 164 GW eólicos en España significaría instalar más de 70.000 generadores de 2,3 MW cada uno. “Eso son, sólo en hormigón y considerando que apenas se gasten 4.000 toneladas de hormigón por generador en plataforma marina –porque el fondo sólo está a 10 metros de profundidad— unos 280 millones de toneladas de hormigón, seis veces el consumo anual de cemento en España, casi dos veces la producción de fibra de vidrio mundial y más de un 50% del consumo anual español de acero”.
Obviamente, ninguno de los críticos dejó de festejar el 1º de abril del año pasado, cuando Greenpeace fue multada por dañar el arrecife que pretendía defender. Su barco insignia, el Rainbow Warrior II, encalló en el arrecife en el Parque Nacional Marino de Tubbataha, situado en el mar de Joló, a 680 kilómetros al sur de Manila, y dañó aproximadamente 100 metros cuadrados del arrecife. “Este accidente se pudo haber evitado si la carta marina fuera precisa”, dijo Red Constantino, representante de Greenpeace en el sudeste de Asia.
Las finanzas
Un aviso publicado el 8 de abril pasado en Infojobs.net ofrece un cargo como “Responsable de captación online de fondos” y describe: “Departamento: Marketing”. “Sede central: Madrid. Descripción / Filosofía de la Empresa: Somos una organización ecologista internacional, económica y políticamente independiente, que no acepta donaciones ni presiones de gobiernos, partidos políticos o empresas. Nuestro objetivo es proteger y defender el medio ambiente, interviniendo en diferentes puntos del Planeta donde se cometen atentados contra la Naturaleza. Greenpeace lleva a cabo campañas para detener el cambio climático, proteger la biodiversidad, acabar con el uso de la energía nuclear y de las armas y fomentar la paz. En la actualidad Greenpeace cuenta con cerca de tres millones de asociados en todo el mundo. Con ellos la organización intenta hacer frente a la creciente degradación medio ambiental del Planeta”.
Explica luego que “La persona contratada se responsabilizará de planificar, dirigir y supervisar las acciones de captación y generación de ingresos que utilizan canales online. Asimismo asumirá la responsabilidad dentro del Grupo de Fidelización del socio/a, de las acciones que utilicen los canales online. Se encargará también de proponer, controlar y dirigir acciones de Marketing vinculadas con el desarrollo de la notoriedad e imagen institucional de Greenpeace, y de desarrollar el canal móvil como una nueva vía de captación de socios y generación de ingresos para la organización”.
Al describir sus funciones, especifica entre otras: “Dirigir y supervisar el trabajo de colaboradores/as externos/as que intervienen en la ejecución de las acciones (agencias de marketing online y digital, programadores web, servicios de emailing, operadores móviles...) [...] Controlar todas las actividades relacionadas con el desarrollo y promoción de la imagen de GP mediante: publicidad convencional, product placement, patrocinios, colaboraciones especiales”.
El grupo ambientalista afirma que financia sus actividades con la contribución de donantes (que en los últimos 20 años han caído de cinco a tres millones). Entre ellos, afirma, no admite a gobiernos, empresas privadas ni iglesias. También esa afirmación ha sido cuestionada.
¿Las empresas?
Por ejemplo, el diario El Tribuno de Salta informaba en agosto de 2004 que el Proyecto Yaguareté fue un fraude académico que logró engañar a 720 personas y obtuvo un subsidio de 100 mil dólares de la petrolera Pan American Energy para la defensa de ese animal, en una campaña contra la construcción del Gasoducto Norandino, en 1999.
Según vino a ventilarse en el juicio laboral presentada por un baqueano contratado por Greenpeace, el dinero reunido por la organización entre contribuyentes –a través de tarjetas de crédito, donaciones telefónicas o de otro tipo— se destinó comprar una camioneta, un teléfono satelital, cuatro jaulas-trampa y cuatro collares con sistema de detección satelital para colocarlos a otros tantos felinos. Se contrató además a la empresa francesa Argos para que hiciera el seguimiento satelital de los collares que se colocarían en los felinos. En diciembre de 2001, Greenpeace anunció que, luego de casi dos años de fracasos, había atrapado a una hembra de yaguareté de 90 kilos en las cercanías de la localidad de Orán, e invitaron a bautizar al felino a las 720 personas que habían colaborado con el proyecto.
Desde entonces –aseguraron— un biólogo pasó a monitorear periódicamente su desplazamiento y meses más tarde la petrolera comenzó a financiar la investigación. En 2002, un equipo canadiense de Discovery Channel que se trasladó a la selva de Orán difundió un documental en el que aparecían el responsable de Greenpeace en la zona y el biólogo, explicando el Proyecto Yaguareté y mostrando un ejemplar... que en realidad había sido filmado en Mendoza.
Pero en 2004 el baqueano denunció que el biólogo y el representante de Greenpeace le habían ofrecido mil pesos mensuales para que paseara el collar satelital a caballo, ya que nunca habían podido capturar a un tigre, y nunca le pagaron los 8.000 pesos acumulados en esas cabalgatas. Informó también que antes, durante unos siete meses, el collar había sido colocado en un ternero criollo de propiedad de un vecino. De ese modo, el satélite había recibido durante un año y medio las señales atribuidas a un yaguareté y emitidas en realidad por el ternero primero y al caballo después.
El gasoducto se construyó, pero muchos simpatizantes de la organización se habían sumado a la campaña usando máscaras de yaguaretés en distintas movilizaciones en Buenos Aires.
Entre otros científicos que cargaron contra Greenpeace en ese episodio, el profesor de Manejo de Fauna y de Impacto ambiental, José Luis Garrido, dijo al diario de Salta: “Si el respaldo económico viene de una organización comercial que se dedica a explotar los conflictos, ya no se puede creer en la independencia de la investigación. Greenpeace hace terrorismo para asustar a la gente, y ésa es su única metodología. Este tipo de farsas la hace este tipo de gente. Yo le creo al puestero y no a Greenpeace y a sus aliados. Y me alegro que se destape la olla”.
De todos modos, varios de sus críticos reconocen que las denuncias de la organización pusieron sobre el tapete en las últimas tres décadas múltiples problemas ambientales y dieron origen a reformas legislativas, medidas gubernamentales y tratados internacionales.
También es cierto que, sin perjuicio de ello, las denuncias de Greenpeace en el conflicto por las plantas de celulosa y los ejemplos que ha manejado sobre los supuestos daños que ocasionaría han sido descalificadas por científicos de todo el mundo, en primer lugar de Argentina.