Estaba en el último escalón en lo emocional, en lo laboral, en lo salarial… Pero en lo último, mismo. Y un día, Beatriz. Nunca sabré qué me vio, pero sé qué le vi a ella, y usé de cualquier artilugio por atraerla. Nunca fui tanguero, jamás recuerdo la letra de ninguna canción, pero un par de versos de Edmundo Rivero me ayudaron para hacerle una propuesta absolutamente demagógica:
Piantá de tu barrio reo,
dejá el convento mistongo,
que lo que yo te propongo
allí no lo has de encontrar.
Vas a ver qué tren diquero
con tu nueva indumentaria,
pa’que bronquen las otarias
que tienen que laburar.
Te voy a empilchar debute
[de primera, bien de bien, bien debute]
Piantá de tu barrio reo,
dejá el convento mistongo,
que lo que yo te propongo
allí no lo has de encontrar.
Vas a ver qué tren diquero
con tu nueva indumentaria,
pa’que bronquen las otarias
que tienen que laburar.
Te voy a empilchar debute
[de primera, bien de bien, bien debute]
en una maisón francesa,
ya de blanco, ya de fresa
ya de paño o crepmongol,
[una tela china, “crepe”]
ya de blanco, ya de fresa
ya de paño o crepmongol,
[una tela china, “crepe”]
con cuatro o cinco pulseras,
un pendantif con brillante,
[un pendiente, pendant]
y un zarzo con un diamante
más brilloso que un farol.
Que tu viejo el musolino,
[inmigrante italiano en épocas de Mussolini]
tu vieja, la lavandera,
queden en la ratonera
de ese mishio corralón.
Podés largarlos dorapa
ladiándoles bien el carro,
y olvidarlos en el tarro
como al último orejón.
Dejarás de ser la pobre
mistonguera mishia grela,
y una vez llena de tela
cambiás de nombre también:
te encajás uno de aquellos
propiamente afrancesados,
y verás que a tu pasado
sin grupo le hacés amén.
Tendrás un chofer debute
postamente uniformado,
y un buen cuzquito mimado
que te ayude a dar chiqué
[“chiqué”, “chic”, poner la boquita para adelante, darse dique]
Aquí, los giles del barrio,
al ver tu pinta y tus bienes,
dirán todos “Allá viene
la señora del chalet”.
[Estos eran los dos únicos versos que recordaba. El resto se lo resumía: “Es un reo que está en la llaga y le promete...”]
Tendrás piano en vez de radio
y un lujoso mobiliario,
figurarás en los diarios
en galería social,
aunque yo pa mantenerte
esté siempre engayolado,
y eternamente escrachado
en crónica policial.
***
Enrique Roldós nos consiguió permiso para instalarnos en “el Rancho de Medicina”, en el Cabo Polonio. Era febrero del 84, y aquellos 10 días de lluvia fueron el comienzo. El faro no sólo nos daba 12 segundos de oscuridad: al final nos alzanzó el dinero para que la esposa del farero nos hiciera unos ñoquis para la despedida. Como brindar y romper las copas, nos fuimos sabiendo que nunca más volveríamos al Polonio.
.
Me quedaba entonces una de aquellas piojosas camaritas pocket para documentar el momento histórico.
Beatriz en la “Avenida al Zorro”.
La Señora del Chalet se acerca a lo prometido. “Barrio de Medicina”. De izquierda a derecha, la nueva construcción que sustituyó al rancho, “el Rancho de Medicina” propiamente, y la carpa en la que pensábamos acampar y terminó siendo depósito auxiliar.
.
.
.
.
El varón del tango, muerto de frío.
Truco de seis en el almacén de El Zorro (¡cuánto pelo había, qué barba y qué negra!).
El Cabo visto desde el faro.