sábado, 6 de octubre de 2007

Eladio Dieste (1917-2000), en puntitas de pie

Que su sabiduría ilumine a este blog

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.Del ingeniero Dieste conocía algunas obras bellísimas y atrevidas. “Por sus obras le conoceréis”, se atribuye a Cristo (yo no soy cristiano, Dieste sí lo era). Y, siendo coordinador de Espectador.com, me cupo editar la entrevista que mantuvo con Rosario Castellanos con motivo del homenaje que le hacía la Universidad de la República. Un homenaje por ser un creador, un técnico y un realizador sin límites. Por algo su obra es estudiada en todo el mundo (prueben, si no, a buscar en Internet).
A medida que escuchaba su hablar calmo, y luego a medida que leía y editaba la transcripción, la emoción me iba ganando. Hasta que llegó a esa frase que de inmediato copié para titular la entrevista, y que hasta hoy me conmueve:

“Uno quisiera irse de la vida
sigilosamente, en puntitas de pie”

En Perspectiva, El Espectador, 15.9.1993

ROSARIO CASTELLANOS:
Supongo que seguramente a ninguno de nosotros puede haber sorprendido el reconocimiento que usted ha recibido de la Universidad de la República, reconocimiento del que opino que, de alguna forma, ha sido demasiado postergado. Porque, al menos quienes estuvimos vinculados a la arquitectura, hace muchos años que conocemos de su trabajo, de las cosas que usted ha logrado en sus investigaciones, sobre todo, trabajando con el material: el ladrillo.

Yo supongo que si no fue espectacular su trabajo a nivel popular, es porque surgió en momentos en que se transitaba por lo que se llamaba “arquitectura moderna”, en la que los materiales - símbolo eran el hormigón, el hierro y el vidrio. Sin embargo, usted insistió con el ladrillo. ¿Es así?
ELADIO DIESTE:
Sí.

RC - ¿Por qué?

ED - Porque desde los primeros experimentos con ladrillos me pareció que era un material que se prestaba para realizar cosas que serían muy difíciles de hacer con otro material. Esto, en primer lugar.

Y en segundo lugar, porque realmente crea un acondicionamiento interior muy humano. Cuando una señora dice que una casa hecha con ladrillos es muy acogedora, lo que está expresando de una manera más o menos vaga es que el material tiene una serie de virtudes que lo vuelven muy apto para el contacto con el hombre.

RC - Usted se ha referido a dos condiciones: la ventaja estructural, que es la que seguramente el público en general tiene más vinculada a su labor de ingeniero; pero resulta que ha tocado otro tema: el que tiene que ver con la sensación del espacio, que es materia de la que en cierta forma se encargan los arquitectos.

En esto, usted es de los pocos ingenieros a los cuales los arquitectos siempre le han reconocido la condición de tal... [Se ríe] Sin discrepar en cuanto a qué corresponde a uno o a otro. Esa doble condición suya, que lo muestra preocupado por el espacio que crea, es la que ha definido toda su obra, ¿verdad?

ED - Lo que pasa es que, para mí, una cosa es indiscernible de la otra porque, en cuanto se piensa en la obra, uno se la imagina. Y en cuanto uno se imagina la obra, se imagina a la gente dentro de ella. Por consiguiente, ello condiciona todo lo que sigue después.

RC - Pero, además, sus estructuras tienen una búsqueda formal expresa...

ED - Yo diría que, por lo menos al principio, no es el propósito. Pero, naturalmente, lo formal ayuda a lo estático. Son dos cosas paralelas. Lo forma es como una especie de registro final, es como una guía que nos lleva por el camino. Nos va guiando continuamente y diciéndonos “esto sí, esto no”. Porque en cuanto encontramos una incongruencia formal es porque hay una incongruencia más profunda.

RC - Seguramente, debe de ser mucho más sencillo resolver una pared absolutamente vertical que esos planos muy ondulados que usted plantea. Por eso, yo no creo que tales planos sean resultado exclusivamente de una estructura.

ED - Claro, pero sucede que la ondulación, justamente, da a la pared una capacidad de resistencia que no tiene la pared plana.

En ese sentido, recuerdo que cuando por primera vez llevé a Yepes (éramos muy amigos) a la iglesia de Atlántida, la impresión que tuvo él, puramente intuitiva, fue de que era una cosa muy fuerte. Me acuerdo que me habló del castillo de Angers, cerca de Bretaña, un castillo que luego fui a visitar por lo que él me dijo. El castillo está construido en base a unos bastiones cilíndricos muy robustos y hay paños que vinculan los bastiones. Pero a Yepes, intuitivamente, esa pared ondulada le producía una sensación de fuerza que le hacía recordar el castillo. Y, evidentemente, es muy fuerte.

RC - Pero, ¿es fuerte en razón de su espesor o en razón de su forma?

ED - Es fuerte por su forma. Yo creo que lo que debemos procurar es eso: dentro de lo posible, resistir con forma, y no con acumulación de material, porque es lo que supone un respeto por el material y un respeto por el prójimo, en último caso, que es el que ha hecho el material.
“Lo que debemos procurar es eso: dentro de lo posible, resistir con forma, y no con acumulación de material, porque es lo que supone un respeto por el material y un respeto por el prójimo, en último caso, que es el que ha hecho el material”.

RC - ¿Por qué cree usted que se eligió la iglesia de Atlántida para que allí ocurriera este homenaje?

ED - Parece ser porque la encontraban simbólica de mi actitud en general, les gustaba. Independientemente, no había ninguna connotación religiosa, sino porque les parecía muy simbólica de lo que había sido mi actividad.

RC - Pero su trabajo sí tiene una connotación religiosa, filosófica...

ED - Sí, sí. Claro.

RC - Yo creo que detrás de su disposición y de su manera de enfrentar el material una actitud muy coherente con lo que usted cree y lo que piensa.

ED - Yo creo que sí porque, en primer lugar, lo que hice con esa iglesia fue expresar lo más profundo: lo que tenía de una manera consciente -que en realidad es bastante sencillo-, pero también todo lo que uno tiene de manera subconsciente, que aflora. Y esto allí está expresado.

RC - Además, usted siempre ha defendido un tema moral con respecto a la forma de estudiar, y me gustaría que lo explicara. Porque en su búsqueda y su investigación con el ladrillo no está simplemente la voluntad de un material que tiene tanto que ver con nuestros antecedentes en construcción. Usted tiene otras razones para insistir en él.

ED - Yo creo que pueden encontrarse formas que son muy racionales, muy económicas, y cosas que, además, la gente sabe hacer (y esto es muy importante), que están vinculadas a la manera natural que tienen de hacer ese tipo de cosas. O sea que la economía también va por ese lado: por hacer cosas que la gente sepa hacer.

Entonces, yo creo que no hay una diferencia realmente fundamental entre lo moral y lo económico. Yo creo que, en el fondo, lo verdaderamente económico, lo verdaderamente racional, es moral en el sentido de que -para mí- es moral aquello ayuda al hombre a cumplir sus fines. Y aquello lo ayuda a cumplir sus fines. Eso es realmente moral.

Hay algo interesante que yo he contado alguna vez, que sucede en una novela de [Knut] Hamsun. La acción se desenvuelve en un sanatorio para aristócratas en el norte de Noruega. Un día, se quedan sin carne, y el gerente del establecimiento va a comprarle una ternera a un campesino. Pero el campesino no quiere vendérsela porque dice que no está en tiempo de ser vendida. Y el gerente dice que sí y que se la va a pagar como si estuviera en tiempo de ser vendida. Pero el campesino no se aparta de su punto de vista. Y, en el fondo, el punto de vista verdaderamente práctico es el del campesino porque él da por sentado que hay un orden, y que dentro de ese orden el animal tiene que engordar y que, en fin, tiene que cumplir una serie de etapas. Luego sí podrá venderlo. Pero vender el animal antes lo siente como inmoral. Y yo creo que lo es.

Confundimos muchas veces lo que es puramente finanzas con lo que es verdadera economía.

RC - Si usted tuviera que confrontar con argumentos, defender porqué usted hizo determinado hincapié en un tipo de construcción y en un tipo de material, frente a quienes piensan que está todo resuelto en otro lado y que es más lógico o más racional emplear aquello que países que nos llevan algunos años de adelanto en materia de investigación ya han resuelto, ¿cómo argumentaría?

“Hay que enfrentar los problemas, me parece a mí, con una especie de ‘ingenuidad’, podríamos decir; hay que pensar las cosas como si fueran realmente nuevas”.

ED - Yo creo que se encuentran, de una manera no siempre absolutamente lógica o racional, determinados caminos. Y que lo natural es seguir esos caminos si uno les ve una coherencia profunda. Porque el desarrollo, en realidad, se piensa como si fuera una esfera luminosa que va aumentando el radio. Y no es así. Es como raíces que van buscando el agua. No más. Y donde encuentra la humedad, va la raíz. El desarrollo es más bien así, algo donde hay mucho –claro– de incierto, y de coherencia con un camino elegido.

RC - Pero, ¿qué relación tienen esas soluciones que se pensaron para otro país, para otras realidades de todo tipo (sociales, económicas y físicas); de qué forma pueden adaptarse racionalmente a un país, o hay que pensar a partir de las propias necesidades?

ED - Yo creo que hay que pensar a partir de las propias necesidades. Hay que enfrentar los problemas, me parece a mí, con una especie de “ingenuidad”, podríamos decir; hay que pensar las cosas como si fueran realmente nuevas.

En ese sentido, quizá le explique mejor lo que quiero decirle con una historia. Hace algunos años me llamaron de Colombia para aconsejar qué tipo de construcción era más adecuado para las distintas regiones. La región de la sabana es más o menos parecida al Uruguay; también hay regiones más o menos tropicales, y la región del Caribe. Y me acuerdo que, como parte de ese asesoramiento, fuimos a un sitio que queda cerca de Bogotá en lo horizontal, pero a mucho menor altura. Entonces, es un lugar tropical con un calor espantoso. Allí había dos construcciones. Una era con estructura metálica y techo de fibrocemento; meterse debajo de esa construcción era un infierno. Y había otra construcción muy fresca, muy agradable, hecha por los indígenas con cañas de bambú muy robustas. Entonces, lo que yo encuentro natural es usar esa caña, que es una buena solución racional, es una solución lógica, pero ayudar a que esa solución se resuelva bien. En el caso concreto que yo vi no estaba bien resuelta. Había alguna cosa en las que había que ayudar a los indígenas para que las hicieran bien.

Lo que me parece natural es plantarse frente al problema, y plantarse con toda independencia. Usando, claro, todo el bagaje técnico que ya tenemos, pero, sobre todo, el bagaje científico que tenemos, para encarar un problema real con todas las implicaciones que ese problema tiene.

RC - Curiosamente, hablábamos antes de arquitectura moderna y de todo lo que había traído, y de qué forma muchos de los técnicos de aquí “se embalaron” con sus soluciones y, prácticamente, las importaron tal cual venían. Muchas de ellas, por ejemplo, venían de las escuelas alemanas.

Sin embargo, no hace mucho tiempo, yo conocí en Montevideo a un alemán que venía a investigar su obra. Venía directamente, absolutamente convencido de lo que había sido su investigación y del valor que podía tener. Resultaba, entonces, que los alemanes, que nos mandaron tanto, hoy venían aquí a buscar elementos para su propia experiencia.

ED - Claro. Porque ellos tienen una gran conciencia del mundo como una unidad. Entonces, piensan qué es lo que va a pasar, que es lo que va a ser, para resolver bien el futuro de ese mundo. Así, se les plantea el problema de resolver las construcciones y las habitaciones en los países pobres, en los países en desarrollo. Y han encontrado que puede ser que las soluciones que nosotros hemos encontrado, en algunos casos y para algunos problemas, sean buenas soluciones.

Pero aquí, en la arquitectura que podríamos llamar más internacional, hay sólidos y buenos ejemplos. Pero yo quiero decir que no se tome eso como modelo, sino que frente a cada problema se lo piense de nuevo como un problema nuevo.

RC - Hemos hablado de lo que ya está ampliamente reconocido: su condición científica, su condición de plástico, y no simplemente de estructuras que resultan de fríos números. Pero muchos de quienes lo conocen insisten en hablar de una condición, de una característica suya, que es la modestia.

Hoy por hoy, eso que yo sé que la gente que lo conoce señala como una virtud, la “modestia”, es un término que ha perdido la condición de virtud. La gente joven piensa que ser modesto es un poco “trabajar por trabajar”. Usted, a esta altura de la vida, si tuviera que decirle a la gente joven qué objetivos se planteó cuando comenzaba su carrera, ¿cuáles de ellos hoy se siente tranquilo de haber logrado?

ED - Lo que llaman “modestia” es una especie de apreciación justa de la propia vida. Uno encuentra todo lo que le ha faltado, todos los errores que ha cometido, y eso lo lleva a la modestia, a una actitud de ajustarse a la realidad lo más que puede y con toda limpieza frente a la realidad.

Ahora, claro, cuando se está al fin de la vida, uno encuentra que es mucho lo que podría haber hecho y no hizo. Y lo que querría haber hecho y no hizo es mucho.

RC - Pero, seguramente, usted hoy también tiene que sentir la sensación de las cosas que ha logrado.

ED - Sí, pero yo le diría que es más fuerte la otra sensación. No una sensación intranquila. No intranquila, sino una sensación tranquila, una apreciación tranquila de todo lo que uno podría haber hecho y no hizo. ¿Por qué? Porque las circunstancias o los propios defectos impidieron que uno pudiera hacer esas cosas.

RC - Bien. Pero yo me refiero fundamentalmente a que usted se siente tranquilo, como dice...

ED - Sí: tranquilo.

RC - Está satisfecho...

ED - Más que “satisfecho”, la palabra es “tranquilo”.

“El día en que llegué a la obra y habían terminado la pared del fondo [de la iglesia de] Atlántida, los obreros veían que había quedado bien. Habían sacado los andamios, y me rodeaba como una expectación simpática, una comunión simpática en lo que se había hecho. Yo sentía en el aire esa sensación de comunión. Esa fue una satisfacción”.
RC - Y esto va también por otra de las tendencias más jóvenes de ahora, que es la búsqueda de protagonismo permanente para lograr éxitos muy rápidos y, fundamentalmente, éxitos que otros reconocen. Me refiero a esa tendencia de que nada se logra si, en definitiva, se gana para uno mismo. Pero usted no tiene esa sensación.

ED - Sí. Es probable. Me parece un error. Porque, justamente, mirando la vida en perspectiva uno tiene la sensación contraria, la sensación como de que uno quisiera irse de la vida -que se está yendo...- sigilosamente, en puntitas de pie, ¿no?, no haciendo ruido. Lo que pasa es que, del todo, no lo dejan... [Se sonríe]

RC - ¿Cuál fue, entonces, la mayor satisfacción de su vida de trabajo, de profesional?

ED - Hubo algunos momentos. Por ejemplo, el día que llegué a la obra y habían terminado la pared del fondo, en Atlántida, los obreros se habían dado cuenta de que aquello había quedado bien. Se habían dado cuenta, ellos veían que había quedado bien. Habían sacado los andamios, y me rodeaba como una expectación. Había una expectación simpática, una comunión simpática en lo que se había hecho. Y, realmente, yo sentía en el aire esa sensación de comunión. Esa fue una ocasión de satisfacción.

Otra vez, me acuerdo, cuando el lucernario de la iglesia de Durazno. Al principio, el capataz tenía dudas. Hablamos, yo le expliqué cómo lo había hecho, y le dije que no tuviera ningún cuidado, que el día que le sacáramos el maderamen yo iría. Pero él entendió perfectamente lo que le expliqué, y me quería dar la sorpresa de que estuviera sin maderas cuando yo fuera. Entonces, realmente, cuando vi el lucernario, me produjo un choque emocional grande.

También, al fin de la obra de Massaro, que es una agroindustria que hicimos. Sucedió que, en cuanto estuvo pronta, ya empezó a usarla. Entonces, las muchachas que clasificaban la fruta eran conscientes de que una cosa como esa no se hace sin esfuerzo, y que, en realidad, ese esfuerzo está hecho por ellas, para que tengan un lugar noble donde trabajar. Y eso se lo expresan. No se lo expresan -y probablemente no sabrían expresarlo- en palabras, pero se lo expresan en la manera de mirar, en la manera de sonreír, en la manera de saludar. Y uno lo siente. Uno siente una especie de cordialidad profunda.

RC - Y la última pregunta: puesto usted a crítico de su propia obra, ¿cuál sería la que pondría en primer lugar? ¿Cuál es, a su entender, la obra más lograda?

ED - Las dos que más me gustan son las dos iglesias que hicimos: la iglesia de Atlántida y la iglesia de Durazno. En ese orden.

También me parece que el depósito del Puerto ha quedado bastante bien. Y mi propia casa, también... [Se ríe]

***
Transcripción: Fernando Iglesias
Edición: Jorge García Ramón
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Pasarían 13 años y, luego del Día del Patrimonio 2006, dedicado al ingeniero Dieste, me tocó esta vez como editor de la revista Rumbosur (Nº27, 12.06.2006) publicar esta carta de lector:

Perdónelos, Don Eladio.
Sr. Director:
Este sábado pude por fin pagar la deuda que tenía conmigo mismo y con don Eladio Dieste; dejé todo lo que tenía que hacer y me fui con mi familia hasta el Cristo Obrero de Atlántida.
Cristo Obrero ha permanecido cerrado y sin mantenimiento por años, y ahora se abre los sábdos porque la Intendencia de Canelones pone funcionarios para eso.
Es una obra verdaderamente hermosa. Gracias, don Eladio.
Pero no puedo creer lo que han hecho dentro. En ese altar austero, poderoso, rústico, culminado por ese Cristo sobrecogedor, pusieron una mesita con patas de hierro pintadas de color cremita, con mantelito encima, con una de esas estatuas de santería, pintada, y flores artificiales.
Y en un hermoso lucernario al costado del altar, una virgen de santería... ¡iluminada por detrás con una bombita de 75 watss, con cable a la vista! Y, por supuesto, mantelito y espantosas flores artificiales. ¿Nadie puede pedirles que saquen toda esa utilería de plástico y yeso?
Ya estaba apenado por ese destrato cuando, contra lo anunciado (una visita guiada a las 11.00) comenzó una misa. En presencia de tres sacerdotes, un predicador laico dio la bienvenida a los niños del colegio y a sus padres, y comentó en tono despectivo: "Como ya habrán visto, hay gente extraña hoy. No se distraigan con esa gente que anda aquí...". En una segunda mención (su intervención fue de unos cinco o diez minutos) dijo algo así como "Esta gente viene aquí porque es el Día del Patrimonio, y no se distraigan porque patrimonio es nuestra religión". Y en una tercera mención algo del estilo de "Les repito, no se dejen distraer por estas personas, porque patrimonio es Dios", etcétera.
"Esta gente" que -católicos o no- íbamos a comulgar con ese espíritu superior de don Eladio (él en comunión con su Dios) no sólo no éramos bienvenidos: íbamos a molestar, a distraer. Faltó que nos echara del templo a latigazos.
Flores de plástico, lamparitas en los lucernarios y desprecio por el prójimo, en una iglesia de don Eladio (la que él más quería, según lo dijo en una entrevista con Rosario Castellanos) es doblemente triste. Sin duda él los perdona, pero ¿nadie les podrá contar de la humildad que hizo de don Eladio un ser superior?
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Algunas referencias a vuelo de pájaro
Las humanidades en la expresión arquitectónica. Arq. Patricia Barroso Arias
http://www.architecthum.edu.mx/Architecthumtemp/ensayos/pbarroso/expresion/expresion.htm http://www.architecthum.edu.mx/Architecthumtemp/ensayos/pbarroso/expresion/expresion2.jpg

Eladio Dieste. La estructura cerámica armada. Vicente Sarrablo, Francisco L. Almansa, Pere Roca
http://www.arranz.net/web.arch-mag.com/7/emer/emer1t.html

Fotografías y ubicaciones en Google Earth. Arq. Marcelo Cordara
http://www.pushpullbar.com/forums/showthread.php?t=3711


“La física en general a lo que se refiere es a la medida de las cosas y la medida de éstas no las agota; por eso es necesario el salto del arte, que permite entrar en la esencia de las cosas” (Eladio Dieste)

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